La entrevista, aquí: http://sdl.librosampleados.mx/2013/04/videoentrevista-a-pablo-brescia
(gracias Nahum y Miguel Angel)
La columna, aquí: http://sub-urbano.com/el-alma-por-el-pie-4. Y debajo (¡lean la revista!)
El alma por el pie
Pablo Brescia
La oculta profecía del septiembre 11
En 1954 el escritor mexicano
Juan José Arreola publica La hora de
todos (juguete cómico en un acto). El título refiere claramente a la sátira
moral y política de Quevedo y el epígrafe a un personaje protagonista del
cuento de Franz Kafka, “El vecino”. Su nombre es Harras, el director de la
farsa quien presenta la historia del “juicio” de Harrison Fish, el protagonista
de La hora de todos. Es un magnate
estadounidense que ha hecho fortuna y ahora es parte de Wall Street. La acción
se desarrolla en el piso 70 del Empire State Building de Nueva York la mañana
del 28 de julio de 1945 (el 8 de mayo marca el final de la Segunda Guerra
Mundial en Europa; el 6 de agosto un B-29 denominado Enola Gay lanzó la primera
bomba atómica sobre Hiroshima). El megáfono es un actante que vocifera las
imprudencias en la vida de Fish; la
trama se complica con varios planos temporales y narradores. El humor es
absurdo, rayano con lo grotesco. La hora
de todos es, claro, la hora de la muerte y hacia allí se dirige el final:
—HARRISON FISH, totalmente trastornado:
—¡Asco! ¡Tengo
asco! Gritando. ¡Sí, tengo asco!
¡Asco! ¡Asco de todos! El ruido del avión
crece hasta hacerse insoportable. Harras, con un gran suspiro de alivio,
consulta su reloj y hace una señal con la mano. Sobreviene el choque. Al mismo
tiempo se apaga la luz.
En 1954 Arreola idea un
texto literario que finaliza con un avión chocando contra el Empire State, en
ese entonces el edificio más alto de los Estados Unidos. La viñeta que ilustra
la portada del libro, dibujada por Elena Poniatowska, muestra el avión
estrellándose contra el edificio. Cuarenta y siete años después, el 11 de
septiembre del 2001, ocurre el ataque a las torres gemelas de Nueva York. Mucho
se habló de cómo ciertos discursos de ficción, específicamente el cine, habían
anticipado este evento. Cabe preguntarse: ¿Veía el futuro Arreola? ¿Penetraba en
los abismos del ser y se imaginaba farsas apocalípticas, Juicios Finales que
luego se convertían en realidad? Sí y no. Porque en esta ocasión, la realidad
nos corrige la página. El día que Arreola elige para su juguete cómico, a las
9:40 de la mañana un bombardero B-25 se perdió en la niebla de Nueva York y se
estrelló contra el piso 79 del Empire State. Hubo 14 muertos y 26 heridos. Las
últimas palabras del piloto, el coronel William F. Smith, fueron: “Desde donde
estoy, no puedo ver el Empire State”. Arreola leyó el cable periodístico
—Harras lo cita en el final de la obra— y construyó una ficción a partir de un
hecho real. ¿Arreola Profeta? Más bien provocador; como dice el final de “La
trama”, de Borges, sobre su personaje: “Lo matan y no sabe que muere para que
se repita una escena”.
Las máquinas de
guerra son una versión negativa para Arreola de la tecnología y el escritor
mexicano aprovecha el accidente para ofrecer un juicio moral sobre un personaje
arquetípico: el hombre capitalista sin escrúpulos. El proceso aquí es de
retroalimentación, si se quiere: la realidad nutre a la ficción y ésta
construye un mundo que, a la vez, encuentra resonancias en una realidad futura.
Y el pescador dijo: “Habla y abrevia
tu relato
porque de impaciente que se halla mi
alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches.
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